Ahí está, tranquilo. Pensando. Porque los perros piensa, a su manera. De forma más básica que nosotros. Pero piensan. Observa su entorno: mira el cielo, controla el viento, busca un insecto. Piensa en ello.
No son como nosotros, insisto. No caen en la ropa que nos
ponemos, ni cuanto cuesta el pienso que se come. No entiende si es viernes o Lunes. Aunque, a su manera, reconoce cuando sale a pasear de madrugada, antes de yo ir a trabajar, y cuando no. No sabe si es lunes o sábado pero sabe qué día toca madrugar y qué día no. Insisto en que no tiene nuestras preocupaciones. Pero en lo básico de su pensamiento entiende lo que, muchas veces, nosotros no entendemos. Él vive de los pequeños detalles. No vive de lo que le doy de comer ni vive de cuantas veces lo saco a pasear. Él vive de los pequeños detalles: no vive de lo que haces con él. Vive de cómo lo haces. No busca la cantidad ni la opulencia. Simplemente, vive de los pequeños detalles que me roba. Vive de cómo le digo las cosas y me enseña que en términos de espacio medio metro es mucho y una caricia es poco si sólo es una caricia.
No lo verás con lágrimas en los ojos ni te pedirá nada que no necesita. Pero el lenguaje no verbal lo maneja como nadie. Interpreta la forma en que la mano se acerca y la forma en que lo llamas. Atiende a tus gestos y sus cejas son los labios que a ti te hacen hablar. Te estudia para entenderte porque entenderte es lo que le da sentido cada día.
El vive de los pequeños detalles porque en su mundo esos pequeños detalles se convierten en grandes. Esas cosas que a nosotros, en nuestro día a día, se nos escapan porque creemos obviar lo que no hacemos y por eso dejamos de hacerlo. Así que , cada día, él te pedirá lo máximo. Porque no obvia nada, porque no reserva gesto para otro momento. Porque no controla el tempo de las cosas. Porque él hace lo que siente. Porque así deberíamos de hacer todos.